Los hombres, la violencia y el cuidado en tiempos del covid-19

Por Sebastián Molano

Llevo 36 días en casa, igual que la mitad del mundo, en medio de diferentes medidas de restricción a la movilidad. Nuestras vidas han entrado a un territorio para el que aún no tenemos las palabras correctas, lleno de incertidumbre, miedo y ansiedades.

Soy uno de esos privilegiados que pueden trabajar desde la casa, que tiene tiempo pago para cuidar de otras personas y de sí mismo, con suficiente flujo de caja y comida en la nevera para aguantar esta pandemia. Yo no me siento bendecido y afortunado, me reconozco y cuento mis privilegios cada día, los cuales se acentúan ante mis ojos conforme esta crisis se profundiza.

Soy una de esas personas que dejó el hogar para perseguir un mejor futuro. Trascender fronteras. Por eso, mi cuerpo está en Boston, mirando por la ventana cómo la primavera tímidamente se despierta. Pero mi cabeza y mi corazón están en Colombia, encerrados, en cuarentena con mi familia. Me ha tomado semanas aceptar que no sé cuando los volveré a ver.

Como parte de esta nueva realidad, cuido a mi pequeño hijo cada día de por medio. Ya no sé si es martes o domingo. Estoy perdiendo peso porque no como galletas y chocolate después del almuerzo. Hoy, lo más cercano a “tiempo libre” es la tanda de platos para lavar en la noche.

Durante los últimos 10 años he estado en un proceso de reconfigurar mi masculinidad. Un proceso de revisar las partes más especiales y las más problemáticas de todos los retazos que forman esta masculinidad que llevo a cuestas. Ha sido un proceso liberador, doloroso y a veces, de mucho miedo. He perdido amigos y ha terminado el amor por muchas cosas que creía sagradas. Al mismo tiempo, he encontrado reflexividad, tranquilidad de espíritu y mucha valentía, inspirada en feministas de diferentes vertientes, diversidades de género y orígenes. Les agradezco cada día por inspirarme a ser la mejor versión de mí y también por recordarme que como hijo del patriarcado, estoy en proceso de deconstrucción y a veces, reincido.    

Como cuidador de medio tiempo y papá de tiempo completo, he pensado mucho sobre lo que significa para las personas y las familias tener que estar confinadas en el mismo espacio día tras día. Sobre la noción tradicional de la masculinidad de que los hombres son lo que traen la plata a la casa y protegen a los demás en un contexto donde la economía se derrumba. Esta debacle, finalmente ha puesto en el centro de la vida política y social la vital importancia del cuidado y la corresponsabilidad, trabajo que ha recaído en los hombros de mujeres de todas las edades y en diferentes roles dentro de la familia. El mundo está construido en esos hombros pues es un trabajo que nunca para, que casi siempre es no pago y que se hace más relevante en tiempos de crisis como esta.

Muchos de los hombres que por fuerza están en casa ven por primera vez la complejidad y el número de tareas que el cuidado y la corresponsabilidad exigen. Esto hace que las dinámicas al interior del hogar se hagan más explicitas: quién hace, quién no hace, cómo se hace y quién es responsable. Ante la ausencia de muchos hombres en estas labores, las tensiones y relaciones de poder se hacen visibles. En tiempos “normales” estas situaciones son disruptivas. En momentos de altos niveles de estrés e incertidumbre como el actual, la situación del encierro más la impotencia y la frustración hace que muchos hombres de manera cobarde y vil escojan el camino de la violencia. La violencia contra las mismas personas que se supone aman, por las que trabajan y que quieren proteger.

La masculinidad tradicional establece que uno de los componentes para ser hombre es la habilidad de proteger a los demás, empezando por la mamá, siguiendo por la familia y en algunos casos, proteger la patria de los otros. Esos otros extraños que vienen a robarse nuestros trabajos y a parir sus hijos en los hospitales que pagamos con nuestros impuestos. En esta crisis, esa “habilidad” de proteger se ha traducido en un incremento sustancial de la violencia doméstica en el mundo. En un reporte publicado hace una semana, Naciones Unidas habla de “la pandemia en la sombra” para referirse a esta situación. Así, los hombres son, en muchos hogares, la amenaza más grande que enfrentan mujeres, niñxs y otros hombres. Para muchas de estas personas, estar en casa es puede ser peor que el Covid-19.

El uso de la violencia por parte de los hombres contra otras personas, especialmente mujeres en toda su diversidad, es un indicador claro de la incapacidad que tienen muchos hombres de conectarse con sus emociones y articularlas en palabras. Ser fuerte está asociado con mantener la calma y el control. Por tanto, los hombres tienen que ser fuertes y demostrarlo consistentemente. En tiempos difíciles, como el actual, si los hombres seguimos esta versión de lo que es ser fuerte, el resultado será desastroso. bell hooks, autora norteamericana, dice que los hombres aprenden sobre el patriarcado en su casa. Hoy, muchas personas alrededor del mundo están experimentando todo su peso encerradas. Tal vez, las personas en su casa están experimentando el abuso de un padre, un hijo, un hombre, o el suyo.

Al mismo tiempo, he estado pensando sobre el cuidado y la corresponsabilidad y lo que significan. Investigaciones tales como “Tiempo para el cuidado” hecha por Oxfam, donde trabajo, muestran claramente que las mujeres trabajan muchas más horas en tareas del cuidado que los hombres. Igualmente, Promundo ha señalado en sus investigaciones que “en ningún país del mundo los hombres contribuyen tanto como las mujeres en las tareas del cuidad”. Así que no es un tema de percepción, es una realidad.

Cuando pienso en mi situación, me siento orgulloso de lo hago para cuidar de mi familia y las personas que quiero. A pesar de esto, esta crisis me ha demostrado que, si realmente quiero asumir mis responsabilidades de cuidado y corresponsabilidad a cabalidad, tengo que ponerme las pilas y ponerme la diez, sin excusas ni dilaciones. No importa cuántas veces cocine, llame a mis papás para ver cómo están, cambie pañales, lave ropa, limpie teteros, aspire o me acuerde quién cumple años cuándo, hay muchas, muchas cosas que no pienso o que no me importan. Pero las tareas se llevan a cabo y la vida del hogar sigue, porque mi pareja lleva esa carga mental y emocional del trabajo que yo decido ignorar por acción u omisión. Ese peso es real y muy duro de llevar a cuestas.

En medio de esta situación extraña del confinamiento, muchos hombres estamos haciendo un curso intensivo en cuidado y corresponsabilidad. Algunos tomando apuntes y otros, a regañadientes. Algunos se están dando cuenta que lo que más les hacía falta en la vida era esto, tener tiempo y espacio para aprender y no tenían ni idea de por dónde empezar. De las lavadas de loza, a la logística de las comidas y el mercado hasta las sesiones de artes y repostería, una nueva dinámica de vida emerge. Una dinámica llena de días largos y tareas tediosas, de encontrar amor en los lugares y momentos menos esperados. Emerge y se construye un nuevo sentido de lo que significa cuidar y proteger, a las demás personas y a uno mismo.

El cuidado y la corresponsabilidad son la puerta que abre una oportunidad única para que los hombres acabemos ya con las manifestaciones tóxicas y dañinas de nuestra masculinidad, esas que mantienen y refuerzan las desigualdades de poder y causan profundo daño a las mujeres, a las personas y comunidades de género diversas y a los mismos hombres. Este es un camino de redención contra el privilegio y el patriarcado. No es un camino fácil, pues estamos hablando de trabajo, pero cada hombre puede escoger hacerlo fundamentado en el amor, la imaginación y el rigor. No es necesario tener hijxs para cambiar, el trabajo del cuidado y la corresponsabilidad es la conexión esencial que nos hace humanos y nos humaniza. Es hora de los hombres se responsabilicen del cuidado y la corresponsabilidad. Pero ya.

Mientras arrullo a mi hijo para dormir la siesta , lo mantengo cerca de mi pecho y desde la silla donde lo mezo, pienso como su universo está en este cuarto, en esta casa. Pienso en que muchas de las lecciones que él aprende sobre el patriarcado, lo que significa e implica, se las enseño yo, que las aprenderá de mí. Igualmente, aprenderá de mí sobre corresponsabilidad y cuidado. Ya está empezando a hablar pero su mundo se hace tangible en comportamientos y acciones. Él hace lo que ve.

Para los hombres que día a día están trabajando genuinamente en cambiar su manera de ser y expresar su masculinidad, quiero advertirles algo. Las expectativas para nosotros en temas de corresponsabilidad y cuidado son tan pero tan bajas que cuando decidimos hacer cualquier cosa fuera de la norma, recibimos felicitaciones y vivas, como si estuviéramos haciendo algo heroico. El patriarcado nos hace creer que hacer lo mínimo es suficiente, así da la impresión de que uno se está liberando de él, pero sólo lo replica. No, usted no es maravilloso porque limpia el baño o cocina. Usted es un adulto funcional. Esos aplausos por el mínimo esfuerzo se llaman “efecto pedestal”. Ojo, están advertidos.

Este es un momento para actuar, así que asuman la responsabilidad del trabajo mental y emocional que viene con el cuidado. No esperen a que se lo pidan, tome la batuta. El cuidado y la corresponsabilidad no son como un interruptor que se apaga y prende a conveniencia. La posibilidad de elegir cuándo y en qué situaciones involucrase es parte de los privilegios a los cuales los hombres debemos renunciar y rechazar sistemáticamente.

El trabajo duro tiene recompensa. Para cada uno es diferente pero igualmente valiosa. Durante muchos meses, mi hijo sólo llamaba a mamá en la noche cuando despertaba. Estos días, también me llama a mí. A pesar de lo mucho que me cuesta levantarme, hay una parte de mí que siente que me he ganado ese llamado, como una convocatoria.  Desde mi esquina, les aseguro que hay alternativas que son más satisfactorias, sostenibles y saludables de ser hombres que las que nos han enseñado. Y lo mejor es que están a su disposición y empiezan en casa.

El otro lado de la violencia doméstica y la violencia de género no es la ausencia de violencia, es la presencia del cuidado y la corresponsabilidad. De la misma forma, al otro lado de esta crisis la respuesta no es la ausencia del patriarcado sino la presencia del feminismo. No un feminismo light, aguado, que sirve para vender camisetas y eventos corporativos. Sino una ideología, unas maneras de ver y entender la vida, el poder, que no se asusta de afrontar con rigor preguntas difíciles en temas como la religión, raza, sexualidad, opresión, privilegio, clase, paz, economía o gobierno. Feminismos que ofrecen herramientas, conceptos, metodologías y políticas públicas que nos ayuden a limpiar el desastre que deja el derrumbamiento del sistema patriarcal y nos ayuden a construir colectivamente uno nuevo, donde todxs cabemos y contamos.  

Para los hombres hay una nueva oportunidad al otro lado del rio, la de abandonar el sexismo y la violencia. Una oportunidad de mostrar que la fortaleza reside en la voluntad de explorar las vulnerabilidades en cada uno de nosotros y resistir la tentación de hacernos los fuertes, cerrarnos y usar la violencia, la ira, el alcohol o el aislamiento como respuestas. Hay una oportunidad de aprender el lenguaje y las maneras del cuidado y dominarles, con sentido de urgencia y humildad.

Finalmente, hay una oportunidad de crear una realidad diferente en la que la presencia activa y consistente de los hombres como cuidadores contribuye a que los demás, especialmente las mujeres, no sientan miedo de nosotros, en las calles, en las casas y los lugares de trabajo. Vivir sin miedo y libre de violencia debe ser la norma y va a tomar un gran número de hombres amorosos, responsables, listos a hacerlo posible. Hombres que, como dice bell hooks, tengan la “voluntad de cambiar”.